Claves

  • Las criptomonedas son ya una realidad, pero volátil, contaminante y un medio de pago preferente de grupos criminales. ¿Logrará sobrevivir a estos inconvenientes?
  • China, la potencia emergente, desconfía del Bitcoin por su carácter libertario. ¿Pueden sobrevivir las criptomonedas como medio de pago global al rechazo del gigante asiático?
  • El relato socialmente aceptado de la crisis financiera dice que fue la desregulación del sistema la que la provocó. ¿Serán capaces los defensores de las criptodivisas de convencer a la opinión pública de que la solución es otra vuelta de tuerca en la no supervisión?

 

Nos hemos familiarizado ya con conceptos como Bitcoin o blockchain. El primero es el nombre de la criptomoneda más popular, y que de alguna forma resume popularmente dicho concepto y abarca a todas las demás. El segundo término se refiere a la tecnología en la que se basan todas las criptomonedas, cuya estructura en cadena de bloques y cifrado proporciona una herramienta de intercambio seguro que aporta uno de los intangibles esenciales del sistema monetario: la confianza. La cuestión logística y técnica no es ya el problema para el uso de criptomonedas.

Estamos, sobre todo, ante desafíos de distinta naturaleza: desde jurídico-políticos y financieros hasta medioambientales o de lucha contra el crimen organizado, pues este medio de pago es el preferido para operaciones ilícitas de distinto tipo, desde las drogas al tráfico de armas, pasando por la trata de seres humanos. Siendo así, y habiendo pasado ya un tiempo suficiente durante el que hemos visto fluctuaciones e intentos de regulación, prohibición o fomento de su uso, es hora de preguntarse si estamos ante la eclosión de las criptodivisas o bien en ante su inminente final.

A China no le gustan las criptodivisas

No es fácil decantarse por ninguna de las opciones. La propia naturaleza libertaria y, en gran medida, opaca de las criptomonedas hace difícil predecir su evolución. Por un lado, hemos conocido estos meses que China sopesa la prohibición del Bitcoin, algo que está detrás de las caídas en su cotización. No es de extrañar esta reacción china en un momento en el que el gigante asiático refuerza su control sobre todos los aspectos de la vida social y económica que quedaban fuera del radar del Partido. La regresión política china hace improbable la aceptación de las criptomonedas en la potencia global emergente. Es razonable pensar que una moneda o criptomoneda de la que China esté al margen tiene poco futuro como medio de pago global.

Por otro lado, la conciencia del cambio climático se acrecienta en la misma medida en que lo hace la temperatura atmosférica o sube el nivel del mar. El proceso de “minería” con el que se generan bitcoins es altamente contaminante por su uso intensivo de electricidad. El Bitcoin consume ya más energía que 130 países del mundo, y el Bundesbank o Banco Central de Alemania alertaba de su peligrosidad medioambiental en uno de sus informes recientes. La ciudad neoyorkina de Plattsburgh ha prohibido su uso después de que los “mineros” aprovecharan el precio bajo de su electricidad y, vía demanda, lo doblaran para el resto de ciudadanos en apenas unos meses.

También parece un torpedo en la línea de flotación de las criptomonedas el anuncio reciente que el buscador Google y las redes sociales Facebook y Twitter hayan vetado publicidad relacionada con el intercambio y la creación de estas divisas. Si asumimos el marco oligopólico de estas plataformas y su influencia no sólo política y económica, sino también en el estado de opinión social, es difícil no ver en estos movimientos de las nuevas multinacionales de la economía digital un golpe cuasi mortal al futuro de las criptodivisas.

Defensores heterogéneos del Bitcoin

En cambio, las criptodivisas cuentan con partidarios nada desdeñables y bastante distintos entre sí, lo que constituye una muestra de su transversalidad ideológica, sin contar con la defensa interesada que de él hacen los criminales que las usan como medio de pago o blanqueo. En los últimos días hemos leído el anuncio del Gobierno venezolano sobre la creación de Petro, una criptomoneda respaldada por activos de la petrolera estatal PVDSA con la que pretende comerciar en un entorno que califican de “bloqueo económico” y hacer frente a las dificultades hiperinflacionarias del bolívar, su moneda.

En el espectro ideológico contrario, son los libertarios procedentes de las escuelas económicas de Austria y de Chicago quienes defienden los beneficios de un sistema que rompe con el monopolio estatal o supraestatal de la emisión de moneda. Los herederos de estas escuelas culpan a una mala regulación y a una mala política monetaria de estos bancos centrales de la crisis financiera y, en general, del empobrecimiento de rentas y la creación de burbujas de activos desde que en 1971 se rompiera la paridad dólar-oro.

De momento, esta posición es más una defensa intelectual poco contrastada con una realidad que, en cambio, pondrá a prueba muchos de esos principios teóricos. Los inversores no ven nada claro el futuro de un mercado tan volátil y con aspecto de burbuja. Es la razón que ha llevado a Lloyds Banking Group a prohibir a sus clientes comprar Bitcoins con sus tarjetas ante el temor de que se queden atrapados con unos activos que el banco prevé que se derrumben.

Desconfianza tras la crisis hacia las criptomonedas

Aunque no todo son números y datos racionales. El futuro de las criptomonedas está muy condicionado por el trauma social reciente de la crisis financiera. Aunque sea una razón que impugnen los defensores intelectuales de las criptodivisas, el relato socialmente aceptado de la misma dice que fue la desregulación financiera la causante de la misma.

Por tanto, ¿qué razones habría para sostener que es una moneda opaca, sin regular y sin emisor ni respaldo el remedio para un sistema financiero que no ha funcionado por defectos similares?

La psicología social es aquí fundamental, unida a la contaminación y a los recelos políticos chinos, además de la oposición de las grandes plataformas de redes y buscadores, hacen prever que el futuro de las criptomonedas será más bien oscuro, al menos a corto y medio plazo.