El título original de este artículo iba a ser «A solas con tu inquilino», aun a riesgo de parecer denunciar el incumplimiento de algún confinamiento, incluso el propio… Que nadie grite y me señale desde el balcón antes de que lo merezca, en todo caso. Resisto sin asomar siquiera el hocico por el rellano desde el mediodía del 12 de marzo, jueves, dos días y medio antes de la declaración oficial del Estado de alarma, por responsabilidad social y personal. Vivo con mi octogenaria suegra, a medio trayecto ya de la novena década e hipertensa casi crónica, perfil de riesgo entre los perfiles de riesgo, así que pronto hubo que extremar las precauciones limitando al máximo los contactos del núcleo familiar con el exterior. Vacunarnos por ser la vacuna.
Utilizo el verbo resistir sin ninguna ínfula estoica. Hablamos de una obligación con los demás y cuando una obligación es con todos pasa a ser tuya, de manera indisociable, en cualquier sociedad que aspire a estar orgullosa de sí misma. Quizá, ojalá, estemos ante un cambio de paradigma social; un regreso al origen, ya muy poco aplazable, si queremos sobrevivirnos en próximas generaciones, donde nos reconozcamos como lo que fuimos y deberemos ser: seres gregarios, conscientes de que siempre necesitaremos al otro y de que el otro siempre nos va a necesitar. Por sí solos apenas somos algo, por más que nos hagan creer y nos creamos.
El futuro de todos, en el ojo del huracán de esta maldita pandemia y desde el primer segundo que la siga, va a depender de cada uno. Por eso es vital que cada uno lo sepamos y nos desinfectemos de ese mantra de individualidad abusiva e impune, donde sentimos al de al lado como alguien a quien superar y no como un apoyo en el que impulsarnos o un complemento de mejora; porque estamos educados, casi programados, para competir y compararnos con los demás, cuando la única competencia, la única comparación cierta, es con uno mismo. Con lo que somos, fuimos y seremos. Nótese la paradoja: conjugar nuestra consciencia en primera persona para entendernos parte de un único todo.
Estamos ante unas semanas, ojalá no meses, de intensa convivencia con los más próximos. Por más amor que exista ahí, el desafío es importante y va a obligarnos a abrillantar un catálogo de habilidades sociales que no siempre vienen de fábrica: empatía, comprensión, aceptación, sincronía… Si bien, la convivencia más extrema va a ser con uno mismo. Con esa voz interna, que puede llamarse alma o conciencia y que Mafalda denominó magistralmente: “el inquilino, ese que uno tiene adentro”.
Solemos desatenderlo y esa es una pésima costumbre como caseros. Que no suela denunciarnos habla de su impecable educación, pero no alivia nuestra responsabilidad en el asunto. Lo hacemos porque prestamos más atención y recaudo a cómo se nos ve y a qué opinión se tiene de nosotros -sin duda importante por ser seres sociales-, que a cómo nos vemos y a qué opinión tenemos de nosotros. Mirémonos dentro, escuchémonos más, y estaremos más cerca de saber con exactitud quiénes somos y queremos ser. A partir de esa auditoría interna, a solas con nuestro inquilino, casi siempre pendiente y que ahora encuentra una ocasión inmejorable para llevarse a cabo, podremos activar los progresos internos necesarios para, por natural y saludable contagio, mejorar nuestro mundo.
Siento que seré capaz de no salir a la calle lo que la cuarentena persista y obligue. Lo haré por ser el adulto de ese niño que, con ocho años, a mediados de los ochenta, tuvo que estar tres eternos meses en cama debido a una operación que trató, sin demasiado éxito, de igualarle ambas piernas. Si él me lo enseñó, en unas condiciones personales muchísimo más exigentes, por la dureza propia de la situación, por tener mucha menos edad para poder entenderlo todo mejor, por contar con muchos menos recursos de entretenimiento alrededor y nula movilidad… Por todo eso y más, si él me lo enseñó, solo puedo intentar estar a su altura. A la altura del niño y, claro, a la de mi atento inquilino. Atendámonos dentro y seamos de nuevo gregarios. Seremos mejores, De los pies a la cabeza.
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