En 1950 la renta por habitante en España era la mitad que la de Argentina. En 2017, era el doble. Hace una década se hablaba de los tigres asiáticos, pero la renta por habitante en España es el doble que en Tailandia y un 30 % superior a Malasia. Hay pocos países en el mundo que hayan tenido una transformación tan espectacular desde 1960 y, especialmente, desde 1986, donde gracias a la llegada de la democracia entramos a formar parte como miembro de pleno derecho de la Unión Europea. Desde 1978 que se aprobó la Constitución, España ha triplicado su gasto social por habitante.

Pero en 1998 la entrada en el euro nos abrió el acceso a los mercados internacionales y montamos una enorme burbuja inmobiliaria, acompañada de una burbuja de crédito, que nos ha llevado a ser uno de los países más endeudados con el resto del mundo. Y la crisis, especialmente la segunda recesión y el rescate de 2012, nos ha hecho perder una década.

Como pedía en mi libro ‘Hay vida después de la crisis’, el BCE bajó los tipos al 0 %, lo cual depreció el euro y puso fin a la devaluación salarial, compró deuda pública española para reducir las primas de riesgo y estabilizar la caída del crédito. Y la Comisión Europea nos dio más tiempo para cumplir el objetivo del 3 % de déficit público. Este cambio de la política económica sacó a Europa de la recesión y España ha vuelto a demostrar que es una economía agradecida con elevado potencial de crecimiento.

‘De la indignación a la esperanza’: un plan para conseguir el pleno empleo

Pero la indignación continúa a pesar de la intensa creación de empleo desde 2015 hasta 2018. En este nuevo libro, titulado ‘De la indignación a la esperanza’, propongo un plan para conseguir el pleno empleo en nuestra querida España con salarios dignos. Y lo hago incorporando dos restricciones que normalmente suelen quedar fuera del debate económico y que son determinantes para el empleo y los salarios de todos los países del mundo: la globalización y la revolución tecnológica.

La globalización implica más países y más empresas compitiendo con los costes de transporte en mínimos históricos y una revolución en las comunicaciones que permiten conectarse con cualquier punto del planeta a un coste mínimo. Richard Rogers, el célebre arquitecto británico, habla del pequeño planeta Tierra y nunca había sido tan pequeño. La revolución tecnológica permite a los ciudadanos hacer cosas nuevas y, las antiguas, de forma diferente. Esto afecta a la mayor parte de las empresas y a sus modelos de negocio. Todos los empresarios deberían leer este libro.

Pero también deben leer ‘De la indignación a la esperanza’ todos los trabajadores ya que millones de empleos están cambiando y muchos tendrán que adaptarse. Especialmente la robótica, que afecta a muchas industrias que siguen aumentando su empleo, pero demandan perfiles diferentes. Ambos fenómenos, globalización y revolución tecnológica, aumentaron su intensidad en 1980 con la reincorporación de China a la economía de mercado y al comercio mundial tras doscientos años dormida. Desde entonces, el empleo en los países desarrollados ha aumentado un 40 % y la renta por habitante se ha multiplicado por cinco veces.

Sin embargo, la distribución de ese crecimiento de la renta ha sido muy desigual y millones de trabajadores en los países desarrollados han empeorado su capacidad de compra y están indignados. Esto ayuda a explicar que Donald Trump sea presidente de EE.UU., que Le Pen estuviera a punto de serlo en Francia y que el fascismo haya vuelto al gobierno de Italia. Y también ayuda a explicar en España la fragmentación del parlamento, que genera ingobernabilidad y dificulta conseguir el objetivo de pleno empleo y salarios dignos.

Por esta razón, la prioridad en España es repartir mejor el crecimiento del PIB y mejorar los salarios más bajos, que son los que más han sufrido la crisis y el principal foco de indignación. Para conseguirlo, es necesario una nueva regulación laboral del siglo XXI que sea lo suficientemente flexible para que las empresas españolas puedan crear empleos de calidad en la era de la tecnología global y que garantice salarios dignos y un mejor reparto de la tarta entre beneficios y salarios.

La reforma laboral de 2012 convirtió a España en un país low cost y el modelo es “yo te lo hago más barato”. Ese es un modelo perdedor en la globalización ya que siempre encuentras otra empresa que te lo hace más barato. Otro problema de la reforma laboral es que de nuevo la productividad en España no crece y estamos montando otra burbuja inmobiliaria. O sea estamos replicando el modelo que nos llevó a la crisis y la década perdida.

El plan que propongo en ‘De la indignación a la esperanza’ pone el foco en la educación, la mejora del capital humano y la modernización del parque empresarial. Necesitamos nuevas empresas en nuevos sectores y ese ecosistema en España comienza a consolidarse, aunque debe crecer mucho más. Pero la prioridad es que nuestras empresas, especialmente las pymes, mejoren su inversión en intangibles: marca, posicionamiento en países con crecimiento de población y clases medias y más innovación.

Hay que aumentar la I+D pero sobre todo la i. Y son las personas las que son innovadoras. Miles de empresarios innovadores españoles triunfan en el mundo, pero necesitamos muchos más. Y el estado debe acompañarles también siendo más innovador desde los ministerios a las comunidades autónomas y ayuntamientos y especialmente las universidades.

Llevo varios años viajando por los cinco continentes haciendo trabajo de campo para estudiar la globalización y la revolución tecnológica. Estoy convencido de que los españoles tenemos capacidad de dar este salto, como hicimos en 1975 tras la muerte del dictador. Pero tenemos que cambiar muchas cosas y, sobre todo, ir más rápido u otros países se adelantarán a nuestros planes.