Claves:

  • El escándalo desatado por el uso sin consentimiento de los datos de 50 millones de usuarios ha puesto a la mayor red social en el disparadero. ¿Se impone un cambio de paradigma en el uso y control de estas plataformas?
  • Algunos autores hablan de esta red social, y de los algoritmos y los datos en general, como el efectivo Gran Hermano que imaginó Orwell. Otros analistas matizan esta presunción.
  • Tras el uso político de estos datos, cabe preguntarse cómo afecta el big data a nuestras democracias: ¿La fomentan o la imposibilitan?

 

El New York Times informaba días atrás de que la empresa de consultoría Cambridge Analytica había tenido acceso indebido a los datos de Facebook de 50 millones de usuarios. Lo había conseguido a través de una aplicación con presuntos fines académicos en la que 270 mil usuarios habían aceptado participar. Sin embargo, esta app abrió indebidamente la puerta a los datos de los contactos de estos participantes, algo que sirvió a esta compañía fundada y participada por insignes miembros de la así llamad derecha alternativa de Estados Unidos para afinar los perfiles sociológicos de los votantes allí donde eran requeridos sus servicios. El escándalo ha sido mayúsculo, y el propio Mark Zuckerberg, líder de Facebook, ha sido requerido para dar explicaciones en distintas instancias. La cotización de su compañía cayó en 50 mil millones de dólares en los tres primeros días tras la revelación del escándalo, sin hablar de la fuga de datos de Facebook.

Son varias las cuestiones que este suceso ha planteado. Por un lado, surge de nuevo el debate sobre la protección de datos y de la privacidad, algo sobre lo que parece haber menos disenso. El propio Zuckerberg ha afirmado que «si no somos capaces de protegerlos, no merecemos servirte». La compañía trata el asunto, por tanto, como una fuga no deseada, un error que advirtieron y corrigieron en su momento. Cabe esperar, por tanto, que este suceso sí ponga encima de la mesa la necesidad de afinar y aumentar la regulación de estas plataformas para garantizar que estas correcciones no quedan al albur de ningún empresario. Las tecnológicas han vivido en un limbo regulatorio —y fiscal— que tenía que llegar su fin, algo que acelerará el debate tras la fuga de datos de Facebook.

Empresas tecnológicas: de la fascinación al hartazgo

No en vano, el analista Ramón González Férriz hablaba de un cambio de percepción de unas redes que antes veíamos como liberadoras y que son ahora vistas con muchísimo recelo por gran parte de sus usuarios: «En apenas una década hemos pasado de pensar que la tecnología sobre todo Facebook y Google, pero también Amazon y Apple nos liberaría a estar hartos de ella». De forma más tremendista, el periodista Antonio Navalón afirmaba que, de facto, «gobierna Facebook», que se había convertido en la versión más refinada del Gran Hermano descrito por George Orwell en su novela 1984. Otros analistas han venido a matizar la visión sobre la que se basan afirmaciones tan contundentes: el uso de algoritmos y el big data captan tendencias y perfiles generales, y por tanto hay un buen trecho entre Facebook y Gran Hermano, y no digamos entre la red social y el espionaje clásico. En palabras del profesor Manuel Arias: «pensar que un ingeniero de Wisconsin pueda estar interesado en nuestras conversaciones en el chat de los primos carnales demuestra un curioso narcisismo».

Consecuencias políticas de la fuga de datos de Facebook

Sucede que no hemos podido debatir todos estos aspectos en la relativa calma del debate de ideas. Y es así porque este uso indebido de metadatos y perfiles, obtenidos de forma irregular, ha tenido enormes consecuencias políticas. Es difícil saber hasta qué punto el microtargeting electoral (con información veraz pero también con fake news) que estas herramientas permiten fueron decisivos o no en las victorias electorales de Donald Trump o del Brexit en Reino Unido. Steve Bannon, que fue estratega jefe del presidente de Estados Unidos, estaba entre los fundadores y diseñadores de Cambridge Analytica. En cuanto a la salida de Reino Unido de la Unión Europea, ha sido uno de los cerebros de la empresa, el «arrepentido» Christopher Wylie, quien ha dicho que sin ellos «el Brexit no habría sucedido».

Estos dos hechos políticos tan impactantes son los que dan verdadera dimensión al problema de la fuga de datos y al uso irresponsable y desregulado de los mismos. Ya no se trata tanto de un debate jurídico sobre derechos de privacidad y protección de datos en la nueva economía digital como creíamos hasta hace bien poco como de un debate político sobre la propia viabilidad de la democracia liberal. Lo que muestra la fuga y sus consecuencias es que el reto es identificar cómo y quién ejerce el poder, porque la democracia consiste, precisamente, en limitarlo y evitar los abusos.

Las plataformas digitales dejan atrás su edad de la inocencia, y este escándalo favorece a quienes desde hace años venían clamando por una regulación efectiva de las redes por su efecto pernicioso en el debate público necesario para la democracia. Por otro lado, también favorecerá el trabajo de aquellos que vienen denunciando el agujero fiscal que las grandes tecnológicas propician. Los riesgos políticos y económicos hacen inevitable la llegada de una regulación efectiva.

En palabras del profesor Manuel Arias: «Si establecemos un paralelismo con el reinado de los célebres copper barons, los grandes monopolistas del ferrocarril y el petróleo que dominaban la economía norteamericana a finales del siglo XIX, podría decirse que a las grandes plataformas digitales les está llegando la hora del control público».