Claves

  • El paradigma con el que se solía analizar China decía que a la apertura económica le seguirían las libertades políticas. Pero no ha sido así, y son las democracias liberales las que parecen presas del malestar. ¿Por qué?
  • La reciente Asamblea Nacional de China ha aumentado el control del Partido Comunista Chino sobre la sociedad y el gobierno y ha abierto la puerta a la perpetuación de su presidente. ¿Es viable una economía global, abierta y eficiente sin liberalismo político?
  • La eficiencia del autoritarismo chino supone un reto para la percepción ciudadana de la capacidad de nuestras democracias para competir globalmente. ¿Está en riesgo nuestro sistema de libertades ante modelos alternativos?

 

China, un desafío político para las democracias liberales, ¿por qué? Durante muchos años, la esperanza occidental al analizar China era que el crecimiento económico y las nuevas clases medias impondrían reformas democratizadoras. Al aumento de rentas le debería seguir –como así había sido en nuestras democracias liberales– un aumento proporcional de las exigencias ciudadanas: libertades, servicios públicos y oportunidades económicas propias de una economía abierta. Venía a decirse que era inconcebible una economía productiva y competitiva sin libertades políticas. Al liberalismo económico debía seguirle el liberalismo político.

En cambio, ha sucedido lo contrario. China muestra un envidiable crecimiento y expansión económicos, y la Asamblea Nacional acaba de aprobar una serie de reformas que achican aún más el espacio político y que permiten al presidente Xi Jinping perpetuarse en el poder. Más control del Partido Comunista sobre la sociedad y el Gobierno, y vuelta al culto a la personalidad. Además, China ha cogido el cetro de abanderado del libre comercio tras el así llamado «repliegue anglosajón» que suponen Trump y el Brexit. Al mismo, son nuestras democracias liberales las que parecen vivir en un estado de insatisfacción y malestar. Lo opuesto a lo esperado cuando el politólogo Francis Fukuyama habló del «fin de la historia» tras el colapso de la Unión Soviética.

Liberalismo económico sin liberalismo político

Hace unos días, un titular de prensa saludaba así el nombramiento del nuevo ministro de Economía chino: «Liu He, el valido liberal de Xi Jingping». Por otro lado, la asistencia a Davos en 2017 del propio Xi también produjo alguna sorpresa. ¿Cómo podía un país nominalmente comunista liderar el libre comercio? El extraño ascenso de China está poniendo en cuestión las categorías políticas con las que nos hemos guiado al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Más allá de disquisiciones teóricas sobre si es posible ser liberal en lo económico sin serlo en lo político (algo que la inmensa mayoría de liberales niega), lo cierto es que, más allá de nominalismos, China muestra que se puede ser eficiente en un sistema de economía abierta sin abrir la mano en libertades políticas.

La conclusión es potencialmente disruptiva: si la democracia no es necesaria, ¿es al menos útil? ¿Conlleva alguna ventaja competitiva? ¿O más bien al contrario? De cómo nuestras sociedades (a través de su debate político y mediático) respondan a estas preguntas dependerá el futuro del liberalismo político con el que asociamos el progreso. La democracia necesita ser eficiente para sobrevivir en competencia global con la potencia emergente, y los números hace tiempo que empezaron a mostrar signos de fatiga occidental frente a los países orientales. El resurgir del proteccionismo económico por parte de Estados Unidos y su mayor peso en el debate público en países como Francia e incluso España, están relacionados con esta carencia competitiva.

China tiene más problemas de los que aparenta

Siendo este el panorama, no han sido pocos los analistas que han llamado a la resignación –al menos económica– frente a la pujanza asiática. El profesor Augusto Zamora escribió en el diario El Mundo que “la economía y el futuro están en Eurasia y esta península que es Europa debería sumarse a ella, en vez de pensar suicidamente en retardarla”. Por su parte, la politóloga Màriam Martínez-Bascuñán escribió que «Donald Trump encarna el ego herido de un Occidente que pierde la hegemonía frente a Asia”. La relación con China se plantea, así, desde la desconfianza en nuestras propias capacidades y tras la crisis económico-financiera y política de Estados Unidos y Europa, no faltaron motivos para ello.

En cambio, para otros analistas, estos vaticinios se sostienen en la sobreestimación de las capacidades ajenas. El crecimiento de China se presenta como lineal, ininterrumpido, y apenas se mencionan los numerosos obstáculos que tendrá que afrontar en el futuro inmediato para consolidar su ascenso global. El analista Antonio García Maldonado hizo un amplio resumen de estos retos en la web de información internacional El Orden Global. Problemas que van desde el cambio climático hasta el terrorismo yihadista o la falta de cohesión y paz social de algunas de sus regiones, pasando por la hostilidad y/o inestabilidad de algunos países vecinos. Concluye García Maldonado: «¿Podemos hacer un diagnóstico certero de Asia y China si para sus planes esenciales tiene socios tan amenazadores, inestables e imprevisibles como los países centroasiáticos y Afganistán? Si lo hacemos, corremos el riesgo de crear castillos en el aire».

Quizá por lejanía cultural y miedo al futuro en una era de incertidumbre, la autocrítica no viene acompañada de la crítica hacia afuera, y eso empaña los diagnósticos sobre el futuro de la democracia liberal. Si ante ella dibujamos un país/sistema sin mácula económica ni problemas de fondo que puedan ponerla en jaque, es razonable concluir que estamos perdiendo el tiempo con nuestros engorrosos procedimientos democráticos. Pero sucede que confrontamos nuestro sistema con uno que no existe. Parece perderse de vista, incluso, que China es una dictadura de cuya realidad nos llega una imagen interesadamente proyectada.

La mayoría de análisis parece presa del particular momento de resaca post-crisis al analizar una China eficiente, pero la coyuntura pesimista liberal de Occidente parece empezar a remitir. Es de suponer que, con ello, se recupere una capacidad más refinada de análisis de la principal potencia emergente, un resurgimiento que pone en duda muchos conceptos políticos que creíamos asentados.