Estamos saliendo de la pandemia y ya tenemos nuevas complicaciones: la guerra, la crisis energética y la inflación, aunque ya veníamos de la crisis financiera e inmobiliaria. Todo el mundo anda buscando cómo salir adelante, el que no corre suficientemente rápido se queda atrás. Pedimos que calme la tempestad, pero no nos obedece. Y nada indica que vaya a descender la inestabilidad, más bien al contrario.

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En este escenario, los CEO buscan información para anticipar por dónde vendrán los próximos tiros y cuáles son las oportunidades emergentes. Necesitan, además, tener motivados a sus equipos.

La motivación es una materia delicada y sensible. A menudo frágil y también sutil. Un simple acontecimiento, o gesto, puede darnos confianza y motivación o mandarla al traste. Y cuando los acontecimientos y los gestos se van acumulando, los empleados ya tienen una idea de lo que pueden esperar.

La motivación no se activa porque lo diga la dirección de recursos humanos o se lance una campaña de comunicación corporativa en la que se diga que somos un equipo. La cuestión es ¿siento que lo somos? ¿Siento que es verdad lo que se dice del respeto y la posibilidad de aportar mis ideas? Si me equivoco ¿pagaré el error? ¿No será más prudente hacer simplemente lo que me digan? Y respecto al liderazgo, ¿los jefes dan ejemplo? ¿Nos escuchan? ¿Nos valoran? ¿Cómo se gestiona la mediocridad?

La motivación discurre y se dirime en el terreno interno de las personas, donde la jerarquía de los jefes o los mensajes que vienen de arriba carecen de poder. No es una característica visible a primera vista, incluso algunos empleados que parecen implicados no lo están, solo desean quedar bien. ¿Cómo llegar a ese espacio interno donde las personas eligen implicarse o no?

Las personas se conectan y contribuyen solo cuando perciben auténticos valores de confianza, generosidad e innovación. No es teoría, no son palabras, doy fe porque lo he vivido en primera persona. Raj Sisodia, fundador y líder del movimiento de Capitalismo Consciente, presentaba en 2012 un análisis comparativo del porcentaje de retorno para los accionistas (1996-2011): si las empresas convencionales (las normales) acumulaban un retorno del 157% en un periodo de 15 años, las empresas impulsadas por valores (las extraordinarias) acumulaban un retorno del 1.646%. Los datos no ofrecen duda respecto a la estrecha relación entre rentabilidad y cultura, si bien, digámoslo claro, los valores tienen que convertirse en realidad con comportamientos en el día a día, sin que quepan atajos ni medias tintas.

Ante tanta turbulencia, no es lo mismo ir a rastras, pasivos o quejosos, que estar activamente enfocados, motivados. Sentir la cohesión del equipo proporciona la calma para acertar con las decisiones. Sea cual sea la cultura de nuestra empresa, tenemos la oportunidad de transformarla, de regular a buena o de buena a excelente, para crear empresas más prosperas y personas más felices.

 



María Lladró
es economista, impulsora del pensamiento creativo y de la inteligencia colectiva, así como miembro de la familia fundadora de la empresa LLADRÓ. Es autora de «Valuismo. Reinventando la economía global», un marco teórico para una nueva economía más consciente y humanista. En sus conferencias, transmite las claves para cambiar el pensamiento convencional de la gestión empresarial y de equipos por la consciencia de innovación, profundizando en conceptos como los niveles de consciencia y el aprendizaje continuo.

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