La cantidad de información que actualmente tenemos a nuestra disposición supera a la de ningún otro momento previo en la historia. Un cambio de esta envergadura no puede sino tener sus ventajas e inconvenientes. Entre las ventajas, la democratización de la información y la formación, el acceso a cualquier contenido que podamos imaginar, ya sea para educarnos, entretenernos o formarnos. En cuanto a los inconvenientes, las dimensiones de este “monstruo” hacen imposible poder manejarlo de manera eficiente por uno mismo; en otras palabras, esta gran cantidad de información nos desborda.

Esta sobrecarga de información es lo que se denomina “infobesidad” o “infoxicación”, y se debe no solo a la extrema variedad, sino a la cantidad de soportes, plataformas, medios, usuarios o instituciones que comunican y comparten a diario información.

La sociedad se ha vuelto extremadamente compleja, y surgen preguntas como: ¿qué información nos sirve, cuál desechamos?, ¿cómo acudir a las fuentes de información adecuadas? o ¿quiénes son los expertos en esta materia?

La especialización se afianza como respuesta a estas preguntas. Para consumir la información más adaptada a las necesidades de cada uno, es necesario que esta pase antes por un primer filtro, el filtro de la especialización. Ante la imposibilidad de abarcar toda la información a nuestro alcance, tendemos a especializarnos, poniendo el foco en aquello que nos resulta relevante y descartando el resto. Es en esta especialización donde cobra importancia la figura del experto. El experto actúa como un filtro de calidad, no solo cuenta la realidad, sino que la interpreta, llevando lo abstracto a lo concreto y convirtiendo lo complejo en digerible. El experto también nos ayuda a diferenciar entre la información que nos vale y la que no. Confiamos en él o ella por sus conocimientos de  un área concreta, y su credibilidad se basa en gran medida en su capacidad para trasladarla.

La credibilidad del experto

La credibilidad de un experto es un valioso intangible que este trabaja de forma individual y que se otorga desde el entorno. Pero, ¿de dónde nace esta credibilidad? La profundidad con la que el experto conozca su ámbito o el rigor con el que lo comunica son elementos clave para generar esa confianza en los demás. Esta es a su vez crucial a la hora de acudir a un experto y no a otro. La calidad y claridad de la información que brinda es determinante para resultar depositarios de esta confianza. Un referente conoce el valor que puede aportar a los demás, y es percibido en consecuencia. El experto se posiciona como tal, pero la reputación y credibilidad le son dadas por el resto.

Tipos de expertos

Los expertos y referentes en las diversas materias pueden serlo por múltiples razones. Principalmente, encontramos dos claros tipos de experto: los que dominan el campo de estudio, desde un ámbito más académico o analítico, y aquellos que han obtenido una experiencia práctica a consecuencia de éxitos continuados. De acuerdo con esta tipología, los primeros serían los Thinkers, y los últimos los Doers.

Un ejemplo muy claro de un Doer sería el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, que basa su expertise en un caso de inmenso éxito. Por otro lado, Tal Ben-Shahar, gurú de la felicidad de la Universidad de Harvard, es un caso de Thinker: su conocimiento proviene de un método propio, de su bagaje académico y su investigación.

Contexto actual

En la era de la reputación y la credibilidad en la que nos hallamos inmersos, la figura del experto necesariamente cobra una importancia aún mayor, que se reviste de autoridad en la materia. Ello responde a una necesidad propia de esta época como lo es la de combatir la desinformación (prueba de ello es la aparición de plataformas de fact-checking). En la era de las fake news, las noticias falsas se difunden a una velocidad mayor que las reales, un fenómeno que preocupa a medios de comunicación y ciudadanos. En este escenario, la responsabilidad del experto se multiplica, sumando a su tarea de filtro de calidad y de interpretación de la realidad, la de actuar como barrera de contención frente a informaciones manifiestamente falsas.