La terrible pandemia de la que afortunadamente parece que estamos saliendo, ha impulsado la digitalización de manera exponencial. Las marcas que vivían en un mundo offline han tenido que reenfocar sus ventas y la atención al cliente hacia el mundo online para intentar no desaparecer. Todos los negocios, no importa de qué industria sean, han tenido que adaptar sus procesos y adaptarse a las nuevas necesidades del cliente y del mercado.

Las restricciones impuestas han supuesto la creación de modelos disruptivos de productos y servicios que permiten adaptarse a las nuevas necesidades surgidas por el confinamiento. Todos los contactos profesionales y muchos de los personales se realizan con una pantalla de por medio, y la desconfianza en productos y servicios es mayor por el miedo natural que desarrollamos ante la incertidumbre a la que estamos sometidos.

El Covid-19 conlleva la adaptación forzosa y ágil a un nuevo entorno incierto, complejo, ambiguo y volátil (VUCA). Aunque muchas de las tendencias que ahora estamos viviendo ya existían previamente a la pandemia, lo que hemos tenido es un proceso de aceleración brutal de la implementación de dichas tendencias. La construcción emocional de la relación con el cliente se ha tenido que rehacer desde cero en muchos casos. Muchas empresas han aprovechado la ocasión para reorganizar los recursos y en muchos casos reducir los costes que conllevaba la transformación digital y que no asumieron en su momento. Algunas de estas reducciones en costes suponen la eliminación de personal y la re-adaptación y re-asignación de los recursos existentes.

Esta revolución que estamos viviendo en el mundo de la empresa no debería caer en saco roto. Debemos aprender de lo pasado para estar más preparados antes situaciones similares en el futuro. El sistema educativo debe incluir una formación obligatoria en aquellas habilidades puramente humanas que permitan afrontar situaciones como las que hemos vivido. La intuición, la creatividad, la empatía, la meditación, el trabajo en equipo, o la gestión de las emociones, deberían ser asignaturas obligatorias para desarrollarse en el mundo profesional. No es verdad que vayamos a salir más fuertes de esta situación. Y deberíamos perder el miedo a decir que necesitamos cuidar nuestra salud mental casi más que nuestra propia salud física. 

El nuevo líder líquido posee unas competencias diferenciadoras que les permite defenderse más y mejor en entornos donde la incertidumbre es el único valor conocido. La intuición, la mejora permanente, el desarrollo de la inteligencia emocional y el reconocimiento del error como parte del aprendizaje, serán fundamentales para triunfar en un nuevo mundo eminentemente digital. Todos estos valores deben permitirse y fomentarse en todos los profesionales. En el último año hemos podido ver cómo las antiguas formas de liderazgo han acelerado su desaparición. ¿a qué esperas para acoger y aplicar este nuevo liderazgo líquido en tu empresa?

Diego Antoñanzas es uno de los 100 conferenciantes del año en Thinking Heads. Su principal conferencia habla sobre la gestión y adaptación del cambio en entornos empresariales, la transformación digital, y el nuevo liderazgo líquido.