Vivimos una era digital que nosotros mismos producimos a medida que usamos cada vez más dispositivos de acceso para informarnos, para trabajar o para relacionarnos. Esta revolución tecnológica como todas la que crean nuevos reinados económicos tiene una particularidad que la hace diferente a las anteriores oleadas transformadoras: su velocidad de crecimiento exponencial derivado de su propia retroalimentación.
La hegemonía de las especias prevaleció durante siglos, mientras que en sólo unos años hemos pasado de disponer de alimentos que no necesitan ni siquiera ser conservados en frío a tener en casa la cena que hemos pedido en menos de dos horas. Sin que sea ciencia ficción la posibilidad de que ni siquiera tengamos que expresar lo que nos apetece cenar porque la tecnología puede adivinarlo a través de nuestros hábitos más frecuentes. Más aún, que no necesitemos un proveedor del servicio de entrega en drones pues podamos imprimir la cena que nos apetecía con aspecto, sabor y nutrientes similares a los de una hamburguesa tradicional.
Esto es la aplicación real de los muy nombrados datos masivos (big data), la impresión 3D y el internet de las cosas. Un empresario chino «construye» en 24 horas 10 casas de una «ciudad inteligente» en el que la salud, la educación, el tráfico, la eficiencia energética y hasta la gobernanza de las instituciones y los sistemas políticos han sido transformados por la onda explosiva de la digitalización.
Una onda expansiva que llega a alcanzar el debate energético, el desafío logístico y sobre todo, plantea una encarnizada ―aunque no sangrienta― batalla por el talento contagiada de sus efectos exponenciales en una doble vertiente: el talento atrae talento ―como siempre― y el talento con el uso de la tecnología vuelve a romper los límites del ser humano con nuevas propuestas innovadoras, eficientes y globales.
La economía mundial promete sin ambages una arena de competición global, con fronteras difuminadas, ya casi inexistentes, entre países, regiones y sectores. Hablar de tendencias globales y de juego local no es distinto en Europa, Asia, América o Latinoamérica.
Se escribe sobre la migración del poder hacia el este cuando en realidad lo único que va hacia el este son los clientes, por pura conclusión numérica. Asia en 2050 tendrá seis veces la población latinoamericana; más de doce veces la europea. Importante reflexión para conocer más y mejor a ese cliente asiático, feminizado y añoso que es objeto de nuestros desvelos. La mujer es el mayor mercado emergente del mundo, dos veces el tamaño de India y China juntos y tal y como avanza la tecnología antes del 2050, el hombre puede conquistar la posibilidad real de la inmortalidad.
En este contexto, los retos, los desafíos y las respuestas son tan globales como urgentes, todos somos el conejo de la chistera en el mágico libro de Lewis Carroll, todos avanzamos mirando el reloj, con miedo a llegar tarde y que la reina de corazones nos corte la cabeza: Que nuestros clientes no nos prefieran. Al igual que en el cuento, no nos habrá fallado la tecnología (el reloj), ni haber empezado antes o después (cuando hemos abrazado la adopción tecnológica)… la respuesta a la desazón que nos inquieta aparece en el segundo de los libros de «Alicia en el País de las Maravillas» y sigue siendo válida: llegaremos tarde si el suelo se mueve y por mucho que corramos, permaneceremos en el mismo sitio. Llegaremos tarde si no incorporamos además la gestión de la incertidumbre en nuestras propuestas y nuestros modelos de negocio. Construir soluciones tan consistentes como demandamos los consentidos clientes digitales y tan flexibles como para que puedan modificarse al día siguiente. Otra de las grandes paradojas que sólo los ganadores pueden dominar.
Reconocer que las nuevas Big Four: Amazon, Apple, Facebook y Google han destronado a las cuatro anteriores en el entendimiento del cliente digital, en la captación de talento y en la ambición de su influencia en las compañías de cualquier sector, ya no tiene mérito; imaginar cómo podrán permanecer pensando como start-ups a pesar de su tamaño, es el reto que tienen por delante para seguir siendo líderes.
Hemos conformado un nuevo ecosistema, con nuevos modelos a seguir, nueva formas de difundir y generar talento, diferentes relaciones entre compañías, instituciones y gobiernos, con nuevas infraestructuras, nuevas e inestables alianzas… Pero con una regla básica de funcionamiento: intercambiar poder y control, por compromiso y participación, para inventar el futuro y hacerlo factible y fácil. Y en ese exigente ecosistema, debemos asegurar que seamos elegibles para formar parte de los equipos de alto rendimiento, de aquéllos que constituyen la primera opción, como individuos, como empresas, como ciudades, o como Sociedad. Y de nuevo nos encontramos con otra paradoja: se trata de una tarea individual, que pasa por ser los mejores en algo, en apalancarnos en nuestras fortalezas, en seguir aprendiendo, probando, saliendo de nuestras zonas
de confort con la ambición de cambiar el mundo, sin olvidar los valores y actitudes que ahora son más necesarios que nunca: Transparencia, esfuerzo, integridad, fiabilidad, generosidad, resistir la adversidad y el conocimiento profundo de los seres humanos. Porque cuanto mayor sea el avance tecnológico, más importancia juegan las personas, interviene la magia, los sentimientos y las emociones.
Es imprescindible reconsiderar, pensar y debatir permanentemente las claves de todo este ecosistema, su evolución y su relación con el día a día actual, en las estrategias previstas y en el liderazgo que ejercemos. Porque lo que estaba por llegar, ya está aquí.
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